Cada día, sus pasos conducían inexorablemente hacía el mismo lugar mientras su mente vagaba por otros espacios, sus zapatos estiraban de él sin tensar la correa pero firmes y decididos. No es que odiara su destino, pero farfullaba alto de su hastío, le contaba a todo el que quisiera oírlo que algún día lo dejaría. Luego a la vuelta, con el descanso merecido a sus pies, lo olvidaba... y así días... meses... años. No entendía que le hacía volver, siempre repetidamente al mismo esquema diario. En sus pequeñas escapadas, descubrió el frío y hasta paso un ratito de hambre y volvía. No era un salto pequeño, era un gran salto, un salto a un espacio vacío que tendría que volver a llenar, cercita del fuego, la mandra le invadía y se dejaba llevar.
De repente un día como otro, me hablo de ti.
Me dijo que....
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