martes, 24 de mayo de 2011

La invisible felicidad de las plazas.

El tacto de una brisa suave se dejaba notar después de un bochornoso día, el sonido del trafico decrecía al mismo ritmo que la tarde oscurecía sus brillos. La plaza entornaba los ojos dispuesta a su letargo nocturno, se oían bajar persianas de comercios cercanos, voces cansadas entonando cansinos nos vemos mañana... Entornaba los ojos, cuando un murmullo la desperezo, jóvenes y no tan jóvenes llegaban hasta ella, primero en pequeños grupos, luego mas. Pequeñas riadas de gente se instalaban en sus faldas, parecían irritados pero sonrientes, enfadados pero felices. No sabía porque, pero le gustaba la energía que emanaba de esas voces de indignada serenidad. Espero pensando que pasado el primer jolgorio volvería su acostumbrada casi soledad nocturna, se sorprendió dormitando ya noche cerrada, abrió los oídos, todavía se oían voces, la gente parecía acomodarse a su lado para dormir con ella, se recostó feliz y sorprendida con la compañía.
Pasaban los días y la gente seguía allí, los contemplaba sonriente, la llenaron de carteles y colores vistosos, sonaba música por sus rincones, sus parterres se convertían en pequeños huertos donde diferentes plantas cobraban vida, el olor de la comida en improvisados fogones llegaba hasta sus ventanas. Pero con lo que mas disfrutaba, era con ese agradable murmullo de conversaciones inacabables.
Se acostumbro al trajín diario en pocos días, a ese acostarse entre voces y silencios... entendía con temor que algún día volvería a su rutina anterior y deseaba en su interior que ese día no llegase, había descubierto una manera de vivir mas alegre, mas viva, mejor.... y había entendido por fin que después de aquello, nada volvería a ser igual. No debería, no lo sería...

1 comentario:

  1. No, no debe ser igual... Tiene que haber un cambio, y los que tienen que tomar nota, lo han de hacer.

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