Benigno roncaba, vaya si roncaba. Pase la noche deleitándome con su estruendosa presencia sonora, ahora inspiro rrrrrrrrrrrroooommm, ahora expiro fuiiiiiiiiiiiiiiiiii. Antes de amanecer mis antenas decidieron que aquello era suficiente y me instaron irritadas a salir de la cueva.
Me dirigí rodando hacia la playa mas cercana, el sonido rítmico del mar sanaba siempre la indigestión de sonidos, así que convertido en ligera pelota de goma, me pareció apropiado para descender, llegue hasta el pueblo y tras sufrir varios atropellos intentando cruzar la carretera, recuperé la forma humana para continuar a pie.
Me gustaba contemplar esa bola roja que cada día se hacía presente sobre el horizonte, como ascendía y se iluminaba a su vez, cual si devorara partículas brillantes para abrirse paso. Y me gustaba el mar, en el resucité por primera vez. Una ballena condescendiente con mi estado limbotico, decidió tragarme con la sana idea de acurrucarme en su estomago... y surtió efecto, un arrumaco tras otro, las paredes tibias de su barriga consiguieron despertarme de nuevo.
No, no hubo sorpresa. En el limbo te preparas para resucitar. Y si, era yo mismo, el mismo que cayo al mar un tiempo antes. Y digo tiempo, porque todavía no se muy bien como se cuenta aquí. En Comoquiera no pasa, y como no pasa no cuenta.
Cuando el cetáceo comprendió que yo ya respiraba, eso si bajo el agua. Decidió dar por terminada mi estancia en su interior y me invito cortesmente a salir, abriéndome paso entre una cortina de plancton conseguí acceder al exterior. La despedida fue emotiva, ella debía dirigirse hacia mares helados y pensó bien que en mi estado de recién llegado, me convendría mas un mar tipo Mediterráneo, me indico la corriente que me llevaría hacia un estrecho y peligroso paso donde el Océano calmaba sus aguas... y así fue.
Un día estaba yo de deliciosa charla con una bandada de sardinas, que aunque numerosas no se interrumpían nunca, cuando las del fondo, cosa extraña, empezaron a empujar hacia nosotros. Aunque no cesaban de disculparse e intentaban en vano cederme el paso, cada vez estábamos mas apretados. Una enorme red tiraba de la bandada hacia arriba,.Y allí que nos vimos de repente izadas hasta salir del agua y golpeadas al caer con fuerza sobre lo que luego supe, era la cubierta de un pesquero.
Las sardinas continuaron disculpándose entre ellas y conmigo por el apretujón, hasta darse cuenta que sus intentos por comunicarse eran baldíos en esa nueva atmósfera. Dedicaron todos sus esfuerzos entonces a respirar, pero el medio no acompañaba, disponían sus bocas en forma de "u", o quizás de "o", intentando aspirar, pero fue inútil, mejor no cuento, es doloroso.
Y yo también claro, lo de respirar aíre no me dio tiempo a aprenderlo... y de nuevo. El limbo.
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