Cantaba yo, cantabas tu y cantaba él. Ninguno de los tres sabía muy bien porqué. Embargados por la emoción del momento, no entendíamos los susurros del personal incitándonos al silencio.
Una especie de monaguillo nos pateo las tobilleras, mientras nos empujaba hacia adelante sosteniendo un cirio. ¿Como se pueden hacer tantas cosas a la vez?.
Una nueva parada... y otra vez a cantar, mas bajito... pero a cantar. La gente alrededor parecía encenderse, no me extraña, tanto cirio.
Pero el tintorro previo nos tenía atrapados. Empezaba a sospechar a estas alturas, ebrio y todo como iba, que aquellos tres pendejos que nos pasaron el porrón y mas tarde los disfraces, no nos explicaron del todo bien el porque de esta fiesta. Mucha luz tenue y mucha oscuridad... y demasiado silencio.
Ya se lo contaba al guardia, mientras me daba a mi y a mis compadres con una porra inmensa. Acabamos rodando por los suelos de una calleja en pendiente. ¿Sera la crisis?, culpable endémico de todos los males me decía yo para mi mismo mientras seguía rodando imparable... Será.
Fuese o no, nosotros seguimos cantando por si acaso. No fuera a ser que su fantasma nos alcanzara.
¿Te apuntas?. El capirote no es imprescindible, aunque por si acaso...
Me encantan tus historias. Buena foto.
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